Vasalisa ha aprendido bien la lección… lo que tiene que morir muere… Podríamos tratar de engañarnos por distintas razones, pero lo sabemos. A la luz de la ardiente calavera, lo sabemos.
¿Cómo empezar por compartir sobre este capítulo? Si se trata de uno de mis favoritos, y quizá esa predilección se deba a que me siento profundamente identificada con él. Yo también fui educada para ser una niña buena, correcta, amable, así que durante muchos años me acompañó (en lo profundo de mi psique aún lo hace) el arquetipo de la madre demasiado buena. Sin embargo, también fui educada para ser ‘una mujer fuerte, decidida y capaz’, así que ambos arquetipos parecieran de pronto danzar un jarabe tapatío en mi cabeza, tropezando el uno con el otro mientras tratan de liderar.
Como sucede en el cuento, ¿hacia dónde ir cuando el fuego se ha apagado? ¿Y qué implica que el fuego de nuestro interior se apague? ¿Qué implica permitir ser utilizada por la ‘familia putativa’?
En más de una ocasión me ha pasado… ‘piensa lo que vas a decir’, ‘no hieras con tus palabras’, ‘sé diplomática’, ‘sé amable’, ‘sé solidaria’… y supongo que entre tantas reglas y pautas se me olvida de pronto cómo ser simplemente yo, cada una de las que soy yo: la buena y la no tan buena, la cálida y la fría, la alegre y la reservada, la que le da por cuidar y proteger, y también la que le da por cortar cabezas como la reina de corazones de Alicia…
Creo que en eso radica parte de la historia de Vasalisa, no es sólo tener el valor de adentrarnos al bosque de nuestra psique y enfrentarnos a la Baba Yagá, sino también enfrentarnos a nosotras mismas para reconocernos y, como ocurre durante la separación del maíz y de las semillas (la sexta tarea de Vasalisa), aprender a separar y dejar morir aquello que ya no necesitamos, que ya no nos es útil, que no permite que avancemos o experimentemos la plenitud.
Y una vez que hemos cumplido con ‘las tareas de la iniciación’, una vez que hemos ‘recuperado el fuego’ y lo llevamos como antorcha y como guía para iluminar nuestro camino por el bosque, ser capaces de mantenerlo alzado, sin importar lo temible que este nos pueda resultar. Ser capaces de ver lo que tengamos que ver y sobrevivir a ello.
¿Y cómo le hacemos entonces? ¿Cómo aprendemos a distinguir entre la voz de nuestra intuición y la voz del miedo?
Por aquí sí… por aquí no.
Supongo que ese es el trabajo de toda una vida.
A la muñeca (la intuición) se le da de comer vida, escuchándola.
Entonces, me toca aprender a guardar silencio, a dejarme sentir y también a tocar con mi propia Bruja Salvaje.
Para mí la vieja Yagá es el arquetipo de la mujer sabia y salvaje, es la anciana, el invierno, la luna nueva, la fase menstrual, mi princesa Mononoke que vive en el bosque rodeada de lobos, la Khali, la Medusa, las brujas de Miyazaki. Es la parte que no resulta tan dulce o tan noble, cubierta de verrugas y terrorífica que, sin embargo, rescata de sus entrañas sabiduría y enseñanza.
Como siempre me pasa cuando leo este libro, tengo sueños muy significativos y en esta ocasión la Baba Yagá se me apareció en la forma de un enorme monstruo de lodo que me perseguía por un edificio mientras yo iba escapando, abriendo puerta tras puerta, hasta que todo culminaba en un enfrentamiento final. La Baba Yagá no me hacía daño, pero sí me retaba… ‘Ah’, pensé, ‘vienes a sacudirme de nuevo, a darme el susto de muerte para conectarme con lo que realmente importa, a obligarme a regañadientes a abrir la puerta que tengo que abrir, ya me lo habías dicho antes e hice caso omiso, es tiempo de tocar con mi mujer salvaje, con y sin miedo’.
No es necesario andar de puntitas, ni tampoco mirar desde arriba, simplemente pisar con confianza, que allá donde yo vaya me acompañará la muñeca de la intuición.
No me arrojes lejos de ti. Consérvame a tu lado y ya verás…
Y así, finalizo con uno de lo fragmentos que más llegó, y vaya que me resulta difícil seleccionar sólo uno, así que lo dejaré medio al azar, medio seleccionado, entre las tantas líneas que subrayé:
Con el tiempo aprendió a resistir y a no apartarse de lo que tanto miedo le daba al principio, es decir, de su propia naturaleza salvaje… el Yo de la Yagá, el enigmático y profundo poder de la Madre de la Vida/Muerte/Vida…
Ser fuerte significa afrontar la propia numinosidad sin huir, viviendo activamente con la naturaleza salvaje cada una a su manera. Significa poder aprender, poder resistir lo que sabemos. Significa resistir y vivir.
Con amor,
La Moccata