Taller Online «𝗟𝗮𝘀 𝗗iosas que me habitan»

Los mitos son historias cargadas de símbolos, lecciones e imágenes que, incluso hoy en día, pueden despertar 𝗮𝘀𝗽𝗲𝗰𝘁𝗼𝘀 𝗱𝗲 𝗻𝗼𝘀𝗼𝘁𝗿𝗮𝘀 𝗺𝗶𝘀𝗺𝗮𝘀.

Reconocer los arquetipos de las diosas es reconocer las olas de nuestro mar, descubrir cómo se manifiestan en nuestro ciclo menstrual es aprender a surfearlas. Así, al darle voz propia a cada una aprendemos más de nuestros dones, talentos y áreas de oportunidad. ¡Emprendamos juntas este 𝘃𝗶𝗮𝗷𝗲 𝗱𝗲 𝗮𝘂𝘁𝗼𝗱𝗲𝘀𝗰𝘂𝗯𝗿𝗶𝗺𝗶𝗲𝗻𝘁𝗼!

𝗜𝗻𝘃𝗲𝗿𝘀𝗶𝗼́𝗻: $1350 MXN o $69 USD

𝗜𝗻𝗰𝗹𝘂𝘆𝗲:


⭐ 9 sesiones semanales vía Zoom, de 2 hrs cada una, en vivo (cada sesión quedará grabada)
⭐ Escritura terapéutica
⭐ Meditaciones para cada fase del ciclo
⭐ Acompañamiento vía grupo de WhatsApp

𝗜𝗻𝗶𝗰𝗶𝗼: 5 de Mayo
Jueves de 6:00 a 8:00 pm, hora CDMX

Preregistro en este enlace

‘El Origen’ tiene forma de tormenta eléctrica

Debí haber estado en la primaria cuando, sin percatarme de ello, tuve un encuentro con ‘lo divino’. Recuerdo estar sentada en una azotea, cuestionándome si Dios existía:

¿Estás ahí, eres real? Sí es así, dame una señal

Miré al cielo largo rato. Era cerca del atardecer, por lo que las nubes tenían esa paleta de colores que van del naranja al violeta. A los minutos comenzó a caer una tormenta eléctrica, y por obvias razones tuve que regresar a la habitación, a donde me dirigí preguntándome: “¿será?”. En ese momento no supe explicarlo y, ante la ignorancia, decidí ignorarlo… pero hoy me queda muy claro que fue la manera en que el universo me arrojó de regreso la pelotita que aventé al cielo con mi pregunta, y que no supe cachar entonces.

Mi escuela tenía una marcada tradición religiosa, donde la directora era la Madre Superiora en una comunidad de monjas, rezábamos durante los honores a la bandera y teníamos clases similares a las que se reciben durante el catecismo. Nunca sentí que encajara del todo, ni en el sistema de creencias, ni en el estilo de vida de la comunidad, ni en la forma de ver el mundo. Quizá por eso durante muchos años asocié la espiritualidad con la religión, como probablemente lo hacen muchísimas personas. Es lo que vemos y aprendemos. Hasta que algo pasa, una o varias ventanas se abren y comienzan a mostrarnos nuevas posibilidades de percibir el mundo y lo que nos rodea, nuevas formas de experimentarlo.

Me parece que la espiritualidad es esa relación que tenemos con nosotros mismos y con aquello que es más grande que nosotros, ya sea la naturaleza, el cosmos, una consciencia universal o una figura omnipresente a la que hemos decidido nombrarla de tal o cual forma.

Durante muchos años estuve peleada con esta parte de mí lo suficientemente sensible como para percibir ‘la sacralidad’ por instantes, esa que a final de cuentas está en todo y en todos, pero al no ser capaz de comprenderla o nombrarla la evadí de muchas formas distintas. No la encontraba en la cruz del templo ni en las lecciones religiosas. No la sentía al repetir las oraciones aprendidas o escuchar el sermón en la iglesia. Simplemente, para mí, no estaba ahí, así que decidí alejarme de la religión en la que había sido educada. 

Estaba en la universidad la primera vez que sentí que había una profunda conexión entre todos los seres sintientes. Fue a raíz de una experiencia de un estado de consciencia alterado. Fue una sensación tan poderosa que busqué repetirla de muchas maneras, con distintas herramientas, sin tener el mismo éxito que la primera vez. En aquel entonces no entendía que lo único que necesitaba es inhalar, exhalar, estar presente, compartir.

El camino recorrido y mi decisión de convertirme en una mujer medicina, una sanadora, me han llevado a experimentar la espiritualidad y esa conexión que anhelaba de muchas formas distintas, a honrarla y respetarla y, sobre todo, a sentir una profunda gratitud.

Fue una noche en el desierto de Tecate, México cuando vivencié la magia de rendirse ante lo desconocido, lo sagrado y lo divino. Estaba sosteniendo una ceremonia de Bendición de Útero o wombblessing en un retiro de mujeres. No era la primera vez, pero sin duda fue la primera así de intensa y poderosa para mí. Hubo un instante en el que sentí que no podía más, estaba realmente agotada y pensé que en cualquier momento me iba a desmayar. Es difícil de explicar el proceso, pero es mucha la energía con la que se entra en contacto, y como es más grande que nosotros, se requiere de experiencia y rendición para saberla contener.

Algo mágico sucedió esa noche y transformó por completo mi relación con el cosmos, con lo sagrado, con el Origen y el todo.

Me sentí sostenida por una fuerza más grande que me acompañó y guio hasta el final de la ceremonia. Recuerdo que muchos animalitos se acercaron, atraídos seguramente por aquella manifestación amorosa. Con los ojos cerrados podía escuchar el sonido de las hojas secas crujiendo ante el peso de las distintas pisadas de todo lo que se aproximó a presenciar. Recuerdo en particular a uno de los perros del rancho que se acercó a lamerme la cara, y a un pequeño ratoncito que llegó hasta el altar que habíamos dispuesto en el centro. Cuando todo hubo finalizado y las asistentes se fueron a cenar, yo me quedé en el sitio, en ese hueco rodeado de árboles, en un rancho en medio del desierto, y me tumbé en el piso. Las piernas me temblaban, estaba exhausta. Vi todo a mi alrededor y supe que no estaba sola, y que no eran sólo los animales del rancho y el desierto los que me hacían compañía. Me quedé unos minutos agradeciendo, estaba profundamente conmovida.

No me considero una persona religiosa pero sí espiritual. Creo en una existencia superior a nosotros que, al mismo tiempo, es y forma parte de todos nosotros; una consciencia colectiva que parte de un Origen del que venimos y al que volvemos, una sacralidad que podemos encontrar en cada objeto y ser a nuestro alrededor, si prestamos la suficiente atención.

El año pasado venía caminando a casa y pasé por un templo católico. Una vocecita en mi interior me pidió que entrara, y como la experiencia me ha dicho que no hay que ignorar esa voz hice una mueca de descontento, y venciendo mi resistencia entré al templo y me senté en la última banca. Se estaba celebrando una misa. Me quedé unos minutos en silencio. Cerré los ojos y conversé con el Gran Espíritu como a mí me gusta hacerlo, como he aprendido en el camino.

Sí, también está aquí, pensé

Está en mí y en todos, y allá afuera, y en templos de otras religiones, y en la jardinera frente a la casa, y en el bosque del otro lado del mundo. Me salí antes de que finalizara la misa, contenta y satisfecha.

Creo que cada quien encuentra su propia manera de vivir y experimentar la espiritualidad. Hay quienes la encuentran en los templos, algunos en distintos maestros o filosofías, también en imágenes y figuras, otros en distintas prácticas. Algunos viajan miles de kilómetros para encontrarla, otros se topan con ella en sus propios cuerpos. Sea como sea, doy gracias por mi espiritualidad, esa que me acerca al yo que reside en mi interior, el ser que soy sin importar el mundo material al que esté apegada.

Pienso que El Origen tiene muchas formas. Eres tú, soy yo, somos todos nosotros, y efectivamente también tiene forma de tormenta eléctrica. Ahora sí te caché, pelotita.

Con amor, Mónica Elena Cárdenas Mejía (La Moccata), mujer medicina

«La intención detrás de la ofrenda»

Uno de los mayores retos que recuerdo de mi niñez era tratar de cruzar el jardín de la casa de mi abuela sin pisar los recuadros de representaban la temible lava ardiente. Era un juego muy divertido que requería muchísima destreza, equilibrio y, por supuesto, imaginación. El triunfo no se obtenía por evitar una aparatosa caída, sino por la satisfacción de divertirme con mis primas, más pequeñas que yo, que siempre iban conmigo para buscar en qué entretenernos y jugar durante las vacaciones.

Más adelante, los logros se manifestaban en el lugar que alcanzaba en el cuadro de honor en la escuela. Era un orgullo demostrar que era capaz de hacerlo. Lo que no era capaz de vislumbrar era desde dónde perseguía ese objetivo. Nunca provenía desde una intención que me hiciera sentir plena, sino desde la carencia. Buscaba en el reconocimiento y la complacencia la falta de amor y aceptación propia.

Aquello que realmente disfrutaba de una manera auténtica, es decir, desde mi esencia más que desde el ego, era el efecto aparentemente positivo y/o placentero que observaba en los demás a través de la convivencia o todo aquello que fuera producto de mi creatividad: el asombro en el público en las obras de teatro en las que actuaba; las emociones del lector al toparse con mi escrito; la conmoción del oyente mientras escuchaba mi anécdota, historia o discurso. El ser capaz de “mover” a los otros siempre fue algo que me llenó e inspiró. Me llevó unos cuantos años convertir esa pasión en mi profesión.

Hoy, aquello que entrego y ofrendo al mundo por medio de mis relaciones y mi trabajo es lo que surge desde un anhelo profundo, desde el llamado o la estrella que me guía, desde la energía que emito con mi presencia o estado de ánimo y se mezcla, interconecta y nutre con la de los demás, y desde el deseo de conectar con el otro y compartir. Es la intención que infunde la acción y objeto creado lo que lo convierte en una ofrenda y no una responsabilidad o sacrificio. Esa intención determina los resultados, es la manera en que se arrojan los dados al tablero del juego de azar.

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“El proceso creativo es como lanzar una red de pescar al cerebro” – Miyazaki

¡Y sí que lo es! Aunque la inspiración es caprichosa y de pronto llega en el momento más inesperado, no se trata de sentarse a esperarla, sino de fomentarla y estar dispuestos a atraparla. Se trata de crear los espacios y estados de la mente para que ella surja y nos permita hacer algo con ella.

En definitiva, mis momentos de mayor productividad creativa ocurren cuando me siento frente a la computadora con el único objetivo de “voy a escribir algo” o “voy a contar una historia”… qué o cuál quién sabe, pero ya veré.

Si me preguntan por mi momento ideal para crear puedo responder que mis ideas creativas fluyen con naturalidad en mi fase premenstrual. Surgen cuando estoy meditando, o voy caminando en silencio por la calle, o leyendo un libro u observando por la ventana. Pero como en esta fase rara vez  tengo el ímpetu y la motivación de hacer algo al respecto lo que siempre hago es anotar la idea o la frase que aparece en la cabeza.

Y así, tengo mi celular lleno de notitas de “ideas por desarrollar”. Y cuando llega la fase postmenstrual y tengo toda la motivación para tomar acción, o mi fase ovulatoria en la que me da por nutrir proyectos, ahí es cuando recurro a mis notas y les doy forma. 

¿Tú, en qué momentos lanzas tu red creativa?

Mónica Elena Cárdenas Mejía – La Moccata

El llamado de la «Worldwide Womb Blessing»

La primera vez que yo acudí al llamado de la 𝑾𝒐𝒓𝒍𝒅𝑾𝒊𝒅𝒆 𝑾𝒐𝒎𝒃𝑩𝒍𝒆𝒔𝒔𝒊𝒏𝒈 (Sintonización de Bendición de Útero) estaba sola en casa. Coloqué mis cuencos y me senté en un cojín en el piso a escuchar las meditaciones guiadas.

Desde la primera meditación pude sentir que algo estaba ocurriendo y que estaba respondiendo a un llamado que era más grande que yo. Recuerdo haber estado muy sensible y susceptible. Experimenté muchas sensaciones físicas pero también muchas emociones, y en algún momento me conmoví tanto que comencé a llorar.

Al finalizar comprendí que no podía explicar lo que acaba de ocurrir, pero sabía que aquel evento iba a marcar un antes y un después en mi vida, y así fue. Desde aquel entonces comencé a recorrer un camino muy específico de búsqueda propia y sanación.

No sabía que, con el tiempo, respondería a un llamado mayor y me convertiría en Moon Mother, para poder llevar esta medicina a otras mujeres. Este lunes 3 de agosto miles de mujeres responderemos al llamado para meditar y sanar juntas. Si quieres vivir la experiencia en círculo de mujeres acompáñanos vía Zoom.

Viviendo auténticamente, estamos alineadas con nuestro corazón y empoderadas durante las tormentas de la vida.
– Miranda Gray