Ejercicio 6: «Al tirar los dados»

Ejercicio6

Cuando era niña disfrutaba los juegos de mesa. Recuerdo en particular el de “Serpientes y escaleras”, las “Damas chinas”, “Adivina quién” y otros tantos con los que me divertía por horas. Si mi vida fuera un tablero de estos juegos, ¿cómo sería? Sin duda, tendría forma de un mapa, como si se tratara de una búsqueda de un tesoro escondido con distintas piezas, dados de más de 7 caras y escenarios diversos. En este mapa de mi vida donde cada turno traería nuevas experiencias cada objeto del tablero tendría un particular significado, una historia y una enseñanza.

 

Si lo cuelgas así le dolerán las orejas

Tengo pocos objetos que recuerdo con especial cariño de mi infancia, no porque me haya desecho de ellos, sino porque la mayoría han quedado olvidados y dispersos en esos rincones que visito con poca frecuencia: el clóset de los cachivaches, el estudio de la casa de mi abuela, la esquina del librero que se ubica detrás de la cómoda de mi cuarto de adolescente y el hueco de la chimenea donde jamás se encendió un fuego, pero sirvió para guardar las cosas que no cabían en ningún otro lugar. Entre esos objetos, sin embargo, hay uno que destaca porque tiene un espacio junto a los libros que se encuentran frente a mi vieja cama, y ese el famoso Mimouse, nombre que usé por años para referirme a un peluche de Mickey Mouse que fue mi primer juguete y que ya me estaba esperando el día que mis papás salieron conmigo del hospital, envuelta en una chambrita tejida, con los pelos de la cabeza parados y los ojos rasgados. Sorprendentemente el peluche sigue enterito, me parece que alguna vez perdió su nariz pero la recuperó en una maravillosa operación quirúrgica realizada por mi mamá, o quizá mi abuela, ya no lo recuerdo.

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En alguna ocasión (debido a que yo solía llevarlo conmigo a todas partes) mi mamá decidió meterlo a la lavadora y colgarlo del tendedero por las orejas; me senté largo rato en la puerta de la cocina lamentándome porque al pobre Mimouse seguro le dolían las orejas por mantenerlo así colgado mientras se secaba al sol. Debió de haber sido una imagen muy graciosa, la vista de mi espalda en el escalón de la puerta, con los cachetes inflados descansando en mis manos, mientras observaba desde mi altura al ratón colgado del hilo del tendedero. Un objeto que sin duda forma parte importante en el tablero de mi vida.

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Ejercicio 4, Parte final: «El compañero de vida»

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—¡¿Cómo sabes que la manzana es tu fruta favorita si no has probado otras frutas?! —Le dije desesperada, a lo que él me contestó—: Si saber a qué saben otras frutas significa que tengo que dejar la manzana, no me interesa…

Esta fue la respuesta que me dio mi esposo el día que intenté dar un golpe de estado a nuestra relación. Tienen que entender una cosa, en ambos lados de mi linaje ha habido divorcios e infidelidades, por tanto, yo esperaba que tarde o temprano la maldición familiar me alcanzara a mí también. Afortunadamente, me tocó un compañero lo suficientemente maduro como para evitar que saliera corriendo por miedo, cuando en lo profundo de mi alma anhelaba permanecer a su lado.

Mitrani y yo nos conocimos cuando teníamos 15 años, era un chico alto y flaco, encorvado, guapo, muy guapo y con una voz tímida que apenas alcanzaba a entender. No fue amor a primera vista, aunque quizá eso hubiera sido más romántico. De hecho, en esos años yo estaba leyendo «El Padrino» y estaba tan entusiasmada con la historia que terminé declarando que yo iba a terminar con un italiano, y al ser Mitrani de ascendencia italiana nuestra amiga Ariadna (quien más adelante se convirtió en nuestra cupido) bromeó que él estaba disponible a lo que yo contesté arrogantemente que sería el último con quien iba a terminar… mira nada más que bien me tragué mis palabras. Eventualmente nos gustamos y empezamos a salir.

Recuerdo que la primera vez que mi mamá fue a casa de Mitrani mi suegro le preguntó si le caía bien su hijo, “porque mis hijos se quedan”, le dijo con una seriedad que dejó a mi mamá sin muchas palabras. Estaba en lo cierto, sus dos hijos varones están casados con sus novias de prepa, mientras que su hija se casó con su novio de secundaria.

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Crónicas de un matrimonio común y corriente. Cap. 22: «Te mereces una estrellita»

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(Mónica trabajando en la computadora un lunes por la noche, Mitrani viendo una serie italiana en Netflix)

Mónica: Mitrani, ¿recuerdas cómo se llama el esposo de Miriam? (una amiga)

Mitrani: …

Mónica: ¿Mitrani? (se levanta y se da cuenta de que está ocupado y no la escuchó) Mitrani, ¿te acuerdas cómo se llama el esposo de Miriam? Se me fue su nombre.

Mitrani: 🤔… no… búscalo

(varios minutos después)

Mitrani: ¡Najash!

Mónica: ¡Najash! Es verdad, ¡gracias amor!

Mitrani: ¿no lo buscaste?

Mónica: no lo vi en Facebook

Mitrani: ¡me acordé! ¿Lo puedes crees? ¡Yo me acordé y tú no! ¿No estás orgullosa?

Mónica: muy bien Mitrani… te mereces una estrellita

Mitrani: ¿se nota que ya soy doctor, verdad? (Doctor en Ciencia e Ingeniería de Materiales)

Mónica:… 😒

El amor sano invita a crecer

El #amor sano nos invita a crecer, nos motiva e inspira a ser nuestra mejor versión y a avanzar juntos, y permite que la luz de nuestro interior brille con más intensidad.
Presta atención cuando en una relación no puedes ser auténtic@. Escúchate desde un lugar muy sincero, y desde ahí busca si hay patrones que necesitas modificar para cerrar tus ciclos con sabiduría.
#LaMoccata
 
Gif de: Phazed, en Giphy

Amor de verdad

Quizá de eso se trate el amor de verdad: aceptarse, respetarse, crecer juntos y permitirse ser quien realmente es.

La Moccata

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